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Marcel Duchamp es uno de los artistas más trascendentes del siglo XX, y también uno de los más grandes agitadores de su época. Su obra llevó al límite a las llamadas “bellas artes”, sacándolas de la obsesión por lo visual hacia una apuesta por el pensamiento y el concepto, lo que puso en jaque el lenguaje de su tiempo. Desde su primer gran cuadro, Nu descendant un escalier, n° 2, hasta su monumental y póstumo Étant donné (1966), pasando por sus célebres ready-made, su influencia sigue siendo una pieza fundamental para nuevas generaciones de artistas y pensadores, aunque él, paradójicamente, nunca fue un gran promotor de sí mismo.
En un tono confidencial y llano Marcel Duchamp se abre con Pierre Cabanne en estas Conversaciones. En 1966, dos años antes de su muerte, entre junio y abril, recorre tanto su vida como su obra: las ciudades donde vivió, su cambio de nacionalidad, cómo lograba sobrellevar el día a día, su percepción del arte contemporáneo y su lugar en él. Ensaya incluso, con falsa modestia y pereza, una autodefinición: “Me gusta más respirar que trabajar. No creo que el trabajo que he hecho pueda tener ningún tipo de importancia desde el punto de vista social en el futuro”.
Este testimonio íntimo y a menudo desconcertante nos permite descubrir a una de las personalidades más subversivas, enigmáticas y, por sobre todo, iconoclastas del siglo pasado; es, al mismo tiempo, una excepcional puerta de entrada a un territorio que le exige hasta al más intrépido de los exploradores.
“El futuro no podrá hacer más que remontar sistemáticamente su curso, describir precavidamente sus meandros, en busca del tesoro escondido que fue el espíritu de Duchamp y, a través de él, en lo que tiene más de raro y precioso, el espíritu de la época misma. Allí está toda la iniciación profunda a la manera de sentir más moderna, de la cual el humor se presenta en esta obra como la condición implícita”.
André Breton