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El espíritu de la escalera es un himno al imaginario que tiene valor de testamento. Raúl Ruiz le dio los últimos retoques unos días antes de su muerte. Que haya tomado un espíritu como álter ego adquiere una significación particular, incluso si el tema del fantasma es recurrente en su obra cinematográfica. Lo fantástico burlón, el sinsentido irónico, lo jocoso desestabilizante son, para nosotros, liberación. Desarmados por una poesía insólita, asumimos por fin con humor que no somos sino apariciones. Jean-Luc Moreau
Raúl Ruiz, el más prolífico y singular de los cineastas chilenos, nació en Puerto Montt en 1941. Tras el golpe de Estado, se exilió en Francia, donde al poco tiempo se integró al Institut National de l’Audiovisuel, prestigioso centro de investigación y experimentación cinematográfica. De su vastísima filmografía, destacan las películas Tres tristes tigres, Palomita blanca, Diálogos de exiliados, La hipótesis del cuadro robado, Las tres coronas del marinero, Tres vidas y una sola muerte, El tiempo recobrado y Misterios de Lisboa. Su trabajo teórico sobre ese ámbito se encuentra recogido en el libro Póeticas del cine. Entre sus títulos narrativos se cuentan Tutte le nuvole sono orlogi, firmado por el japonés Eiro Waga, en un ejercicio de heteronomía muy característico del autor; El Transpatagónico, escrito en colaboración con Benoît Peeters; À la poursuite de l’île au trésor, y L’Esprit de l’escalier, que ahora presentamos por primera vez en versión castellana. En 1997 recibió en Chile el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales. Murió en París en 2011.