$.-
x1
$.-
x1
TU CARRITO
árticulo(s)
Costo total de los productos: $.-
Gastos de envío: Se calculará en checkout
TOTAL $.-
Antología bilingüe
Hasta hace poco tiempo obviada por el canon occidental, casi inédita en vida, Emily Dickinson (1830-1886) es hoy un referente ineludible de la literatura contemporánea. Desde la recuperación de su obra a mediados del siglo XX, cambió el curso de la poesía norteamericana: Wallace Stevens, Elizabeth Bishop, Sylvia Plath o Susan Howe, por nombrar unos pocos, han sido herederos de su sensibilidad y estilo. La singularidad de su escritura –la creatividad de su lenguaje, la agudeza y profundidad de su pensamiento, su particular versificación y musicalidad– es un desafío de traducción, conceptual y sonoro, en el que felizmente se han embarcado Soledad Fariña y Eliana Ortega. Tras décadas de leer y amar la literatura de Dickinson, esta selección es el resultado de un sutil recorrido por su obra, que no teme esquivar sus tópicos más controvertidos y establece un nuevo vínculo con la poeta de Amherst.
«Una de mis heroínas es Emily Dickinson, me encanta su obra. Pero también, lo que amo de ella es su especie de desobediencia al mundo que exigía ser vista».
Océano Vuong
«A pesar de la gravedad, la belleza y la precisión desgarradora de sus reflexiones, en ocasiones –de hecho, en numerosas ocasiones– podía ser astuta, traviesa, impía y subversiva; simplemente muy divertido; le sacaba una enorme ventaja a su característica “pequeña voz femenina”».
Joyce Carol Oates
(1830-1886) Nació en Amherst, Massachusetts, en el seno de una prominente familia puritana. Estudió en la Amherst Academy y luego asistió por un lapso breve al seminario femenino Mount Holyoke, del que se retira por motivos de salud y una temprana rebeldía religiosa. Desde entonces vivió en reclusión en la casa paterna, aunque mantuvo un activo vínculo con el mundo exterior a través de cartas célebres por su fineza, inteligencia y sensibilidad. Durante su vida publicó apenas unos pocos poemas –editados sin respetar su estilo–, y fue solo en la segunda mitad del siglo XX cuando su obra empezó a recibir el reconocimiento que la consagra como una de las voces fundamentales de la poesía universal. Murió en su casa de Amherst a los 55 años.